miércoles, 2 de mayo de 2012

¿Para qué se hizo el acto de Velez?

El discurso de Cristina Kirchner del pasado viernes en el estadio del club Vélez Sarsfield fue, sin dudas, el más aburrido y el más repetitivo de cuantos se le escuchan casi a diario. No formuló ningún anuncio. Se limitó a reseñar su visión exitosa de cuanto hizo, no hizo o deshizo la continuidad de gobierno entre su fallecido marido y ella misma… …Y fue así, no porque Cristina perdiese sus dotes de oradora, que tampoco son muchas pero que sobresalen frente al vacío político de sus eventuales contendientes, ni porque no supiese cuanto decir. Fue así porque la importancia del acto radicaba en la concurrencia. Mejor dicho, en la selectividad de la concurrencia. Completar un estadio de fútbol no es una proeza cuando se detenta el gobierno, se pagan altos salarios a los partidarios y se gastan recursos públicos en micros y cotillón. De allí que urgar entre las pocas cosas que dijo Cristina Kirchner o reconocer la capacidad movilizatoria de la convocatoria resultan, a nuestro juicio, caminos errados para analizar el hecho. Es que el objetivo del acto fue otro. Fue la fundación del kirchnerismo como partido político. Por tanto, lo importante surgía de saber quién estaba presente y quién no. Quién quedaba adentro y quién afuera. Hasta tuvo un agregado: la posibilidad de designar un heredero.
Pertenecer El acto del viernes sepultó cualquier vigencia de alguna tradición peronista, aunque copió, en buena medida, el esquema organizativo del peronismo de Juan Domingo Perón. Desde el cotillón y la decoración, nada absolutamente nada, recordaba al fundador del Partido Justicialista, ni siquiera a su segunda esposa. Es más, tal como la propia Cristina Kirchner lo dijo, la fecha original del acto fue cambiada. Prevista para el 11 de marzo, aniversario del triunfo electoral de Héctor Cámpora en 1973, la realización se trasladó al 27 de abril, aniversario de la elección –aunque perdida- que abrió las puertas al poder para Néstor Kirchner, tras el retiro del ganador de aquella contienda que fue Carlos Menem. El dato no es menor. Es una ruptura con el pasado, aún con el pasado en teoría más afín. Si a ello se agrega la precipitada expulsión –no se la puede denominar de otra manera- de Esteban Righi como Procurador General de la Nación, pocas dudas caben que el kirchnerismo se ve a si mismo como un antes y un después en la historia argentina. Cabe recordar que Esteban Righi fue ministro del Interior de aquel “interinato” de Cámpora. De mayor importancia resultan las ausencias y las presencias disimuladas. Entre las ausencias, dos muy interesantes. Las de los sindicalistas y las de los “barones” del Gran Buenos Aires. Para ellos, el kirchnerismo reserva solo un rol de acompañamiento y nada más. Entre las presencias disimuladas, las de los gobernadores cuyos asientos en el palco se ubicaban en la última fila. La excepción fue Daniel Scioli, cuyo silla reservada solo adelantaba en una hilera al resto de sus colegas pero se ubicaba dos hileras por detrás de la asignada a su vicegobernador y casi indisimulado enemigo Gabriel Mariotto. En otras palabras, nada o casi nada, del peronismo de antaño. La pertenencia pues al kirchnerismo, puntualizada también en el discurso de la jefa, se compone de La Cámpora, Kolina, el Frente Transversal, el Movimiento Evita, la Güemes, las Madres –línea Bonafini- y las Abuelas de Plaza de Mayo y hasta el minúsculo desprendimiento radical de FORJA. Eso es todo. Eso y el Estado. Peronismo Allá por 1983, la otrora inmensa Juventud Radical entonaba un estribillo que decía “la JR nació en los barrios, con Yrigoyen y con Alem, la JP, en Campo de Mayo, y de la mano de un coronel”. El cántico intentaba demostrar diferencias sustanciales. La central consistía en el rol del Estado como elemento de la acción política. Indudablemente, el aserto resultaba válido para analizar orígenes pero no devenires. Tras la caída del gobierno peronista mediante la denominada Revolución Libertadora de 1955, el justicialismo dio sobradas muestras de su capacidad de subsistencia sin detentar el aparato estatal. Su fundador, Juan Domingo Perón, ideó –copió, si se prefiere- el movimientismo como elemento perdurable. Al partido Justicialista, agregó la rama femenina y, sobre todo, la casi totalidad del movimiento sindical. Allí estuvo la clave para su continuidad histórica. Con sus matices, el aparato sindical siempre se auto definió como peronista. Luego, varios años después, y al calor de la Revolución Cubana –más que nada como ejemplo- vastos sectores medios de la juventud se volcaron a la lucha armada. El general Perón abrió las puertas del Movimiento a dichos sectores a los que denominó “formaciones especiales”. La historia es conocida. La apertura terminó cuando el justicialismo ganó aquellas elecciones del 11 de marzo. Perón preparó su retorno al país desde su exilio madrileño con una batalla campal –a tiros, no a golpes- en Ezeiza que sirvió para expulsar a aquella pseudo izquierda peronista, primero del poder con la caída inmediata de Cámpora y luego del Movimiento. La derrota electoral frente a Raúl Alfonsín en 1983 significó un duro golpe para el peronismo ya que perdió el invicto que lo había caracterizado hasta entonces. Pero, aún así se rehízo y gobernó al país de la mano de Carlos Menem con un sesgo neo liberal en la década del 90. Con discutibles méritos y con distintos grados de apego democrático, la institucionalización del país pareció asegurada tras los tres primeros gobiernos democráticos –Alfonsín, Menem, De la Rúa- y su continuidad tras la dura prueba del “que se vayan todos” cuyo piloto de tormentas fue Eduardo Duhalde. La llegada del kirchnerismo fue, como muy bien la describió la propia Cristina Kirchner, traumática. Solo contaba con el 22 por ciento de los votos. Perdió esa primera vuelta frente a Carlos Menem (24%) y solo aventajó por tres puntos a Ricardo López Murphy, un radical liberal. El retiro de Menem quitó a los Kirchner la posibilidad de una legitimidad mayor a partir de un triunfo rotundo en la segunda vuelta. Tal vez allí radique –con una buena dosis de “aggiornamento”- el rol clave del Estado en la política. El kirchnerismo supo captar su debilidad y se lanzó de lleno a la construcción política desde el único estamento con que contaba: el Estado. El Estado ¿Qué une a todas las fracciones, puntillosamente citadas por Cristina Kirchner en su discurso de Vélez? Pues, el Estado. Con excepción de Madres –línea Bonafini- y Abuelas de Plaza de Mayo, ambas organizaciones cooptadas desde el dinero y los cargos públicos, sin restar méritos a la revisión de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, todo el resto de las agrupaciones fueron formadas al calor del Estado. Cargos públicos, subsidios, prebendas fueron y son las herramientas que caracterizan el oficialismo de estos grupos. Impensable, absolutamente impensable, resulta imaginar su mera existencia desde la pura política. Adquiere entonces relevancia el cambio de fecha para el acto de Vélez. Nada debe unir con el pasado. Porque, en realidad, nada une. Por el contrario, resulta peligroso. Las “formaciones especiales” de antaño, FAP, FAR y Montoneros, no dudaron en convertirse en enemigos armados del régimen peronista tras su expulsión de la Plaza de Mayo por el entonces presidente Perón. El margen de acción de las agrupaciones actuales debe, por tanto, acotarse al máximo. Su dependencia financiera del Estado K resulta así una garantía. Aunque ello represente un gasto público exacerbado y una gestión poco eficaz a la hora de las responsabilidades como queda harto probado con el caso de Aerolíneas Argentinas. Política resulta así dinero. Y dinero solo puede provenir de quién jamás saca cuentas: del Estado. El modelo De allí que resulte imposible cualquier cambio y solo posible una profundización de cuanto hasta aquí se vio. La supervivencia del kirchnerismo está íntimamente ligada a su dominio del Estado. Nada que lo ponga en duda puede ser permitido, ni tolerado. Es la mezcla de fuerza y debilidad, la que lo impulsa. No es, no puede ser, la ley, un límite. No es, ni puede ser, la historia, otro. Menos aún, la economía o las relaciones exteriores. Aseguran en los pasillos del Congreso Nacional que Cristina Kirchner señaló que si soltaba la mano de Amado Boudou, en el vergonzoso caso Ciccone, luego vendrían por ella. Probablemente, tenga razón. Inocentes o culpables, los funcionarios K están por encima de la ley. Así cayó el genuino camporista Esteban Righi. El modelo es, por tanto, un emergente de la constitución estatista –no necesariamente estatizante- del kirchnerismo. No existe en esto ideología. No se trata de discutir el rol del Estado, mucho menos de definirlo taxativamente. Las “grandes” batallas K se inscriben dentro de esta lógica. La pelea con el campo, la estatización de los ahorros de los jubilados que aportaban a las AFJP, la irrupción en Aerolíneas Argentinas –sin estatización-, la reforma de la carta orgánica del Banco Central y la reciente expropiación de las acciones de Repsol en YPF, tampoco aquí hubo estatización, tienen en común la necesidad creciente de formar “cajas”. “Cajas” que posibilitan retener e incrementar ese dominio del Estado, de momento, única posibilidad de subsistencia política. Sí, al igual que el peronismo de Perón, el kirchnerismo nació desde el Estado. Pero su diferencia central consiste en la construcción llevada a cabo desde allí. El peronismo trascendió al Estado, el kirchnerismo no. Ni lo busca, ni lo intenta. Como se dijo, el férreo dominio del aparato estatal, al punto de mezclar sin límites personas, agrupaciones y Estado constituye una fortaleza que esconde una debilidad. La debilidad es una incógnita sobre el futuro. Sin el Estado, nada garantiza una continuidad. Pero aún así, el Estado es una condición necesaria pero no suficiente. Hace falta una descendencia. Como bien lo señaló Cristina Kirchner, la vida no es para siempre. El ideal de perpetuidad quedó a medias truncado cuando, sorpresivamente, Néstor Kirchner falleció. Subsiste Cristina, pero hasta Vélez, solo Cristina. Por supuesto, el modelo se completa con el desarrollo de la denominada “democracia plebiscitaria”. La institucionalidad queda resumida en el líder y la masa. Nadie más. La intermediación de los partidos políticos queda suprimida y solo se mantiene –por imperio de los tiempos- una fachada republicana, lo suficientemente inocua como para causar dolores de cabeza. Hoy sí ¿Y mañana? La calle Entonces Vélez. ¿Era necesario mostrar capacidad movilizatoria? Quizás para desalentar a un sindicalismo que constituye la única amenaza posible en una hipotética batalla por ganar la calle. Vale pero no mucho. Desde hace rato el gobierno trabaja, con el ahínco que lo caracteriza, en dividir las organizaciones sociales de cualquier tipo. En buena medida, lo logra. El liderazgo de Hugo Moyano en la CGT está en tela de juicio. La Mesa de Enlace agropecuaria, difícilmente logre una unidad opositora como la vivida cuando las retenciones. La política conciliatoria de la Unión Industrial no pudo siquiera frenar las intenciones de Guillermo Moreno de partir la central empresaria y resucitar una Confederación General Económica partidaria del gobierno. Los piqueteros no oficialistas penan con dificultades económicas que le ahuyentan militantes. Salvo un triunfo de Hugo Moyano en junio próximo en la CGT, la calle está asegurada. A diferencia de las épocas de Néstor Kirchner, hoy Cristina y su gobierno creen que pueden torcerle el brazo al camionero. Si no lo logran, su continuidad corre riesgos. Si lo hacen, todo queda reducido a un problema electoral. En todo caso, deben tener en cuenta otro ámbito de disputa de no menor complicación. Aún con la calle asegurada, algo que queda supeditado al desenlace cegetista, el gobierno debe prestar particular atención a los mercados. Existen tres formas de cambiar un gobierno cuando la fuerza –los golpes de Estado militares- quedan al margen de cualquier proceso político. Con los votos, con la calle o con los mercados. De allí el inmenso poder otorgado a Guillermo Moreno. Cristina Kirchner sabe que no cuenta entre sus filas con ningún militante de la talla del secretario de Comercio. Moreno sabe poco y nada de economía y hasta, probablemente, conduzca al desastre a la economía argentina. Pero sabe mucho de política y es casi el único capaz de disciplinar, por miedo a las represalias, a cuantos pretendan dar batalla en el terreno de los mercados. Para Cristina Kirchner queda claro que a la hora de la pelea no es con aventureros como Amado Boudou o Héctor Timerman con quienes se cuenta para un combate. Ni siquiera con Julio De Vido, ideal para generar cajas con que mantener el aparato político-estatizante del kirchnerismo. Solo Moreno es capaz de la lucha sin cuartel. Y aunque está por verse, si la calle y los mercados se disciplinan, quedan los votos, donde ningún triunfo previo garantiza nada. La herencia Entramos aquí en la recta final de las razones del acto de Vélez. No es el 2015 la fecha clave para la continuidad kirchnerista, sino el 2013. Es decir, la elección legislativa del año próximo. Tres escenarios son posibles. Primero: de la mano de las dificultades económicas provocadas por el propio gobierno, el kirchnerismo pierde drásticamente la elección. Entonces, el kirchnerismo del Estado habrá pasado a la historia. Segundo: el kirchnerismo gana las elecciones por amplio margen, consigue o se acerca a los dos tercios en ambas cámaras legislativas y declara la necesidad de la reforma constitucional para alcanzar un tercer período de la mano de Cristina Kirchner. Tercero: gana o pierde por estrecho margen. Entonces, el acto de Vélez. El candidato en el 2015 se llama Máximo Kirchner. Si alguna duda queda, pregúntese el lector cuales fueron las razones para que su mamá lo citara en su discurso, para que las cámaras de la televisión oficial lo enfocaran en reiteradas oportunidades, para el cambio de fecha, para las invocaciones a la continuidad, para el recuerdo acerca de que la vida se acaba, para la panacea de la reincorporación de la juventud a la política. Para hacer un discurso de 45 minutos sin decir nada y, a la vez, decirlo todo. Por Luis Domeani

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